Sabe negrito, yo soy de los que piensa que todos de alguna manera tenemos una misión que cumplir en esta vida, y que cada una de las personas que pasan por ella hace y aporta lo suyo en la nuestra, para bien y para mal.

Pero hay seres que vienen a este universo y no necesitan estar mucho tiempo aquí para completar su misión, porque son tan sublimes y su luz es tan intensa, que tocan profundamente almas y corazones cambiándolos para siempre.

Magdalena es como el río que irriga a todo nuestro país, que posee una fuente inagotable, que emana vida para llenar nuestros pulmones y nos permite seguir respirando, no era a ella precisamente a la que le faltó el aire, es a nosotros, quienes vivimos en un mundo que hemos envenenado y parecemos destituir por nuestra ignorancia, ceguera espiritual y conciencia primitiva, y en el que ya tristemente ni nos soportamos.

Ella, igual que el río luchó por hacer de éste un lugar mejor, batalló por mantener su esencia antes de que nosotros los humanos lo habitáramos y lo transformáramos. Así como ese río inmensurable que atraviesa como una arteria con su caudal todo nuestro territorio, es el espíritu de su ser atravesando el nuestro hoy.

Ella, sabia, llegó en forma femenina, como la tierra, como la naturaleza. Ella un ser que sólo necesitó venir y desarrollarse como humano hasta la forma más simple y esencial que hemos sido alguna vez, niños.

Y allí en esos niños que fuimos alguna vez y que olvidamos también ser, está la lección más importante que podemos aprender. Ésto me hace creer que no deberíamos crecer nunca, no deberíamos permitir que la sociedad nos empobrezca el espíritu, deberíamos seguir siendo niños para siempre, como Magdalena.

Pero toda transformación y todo cambio trascendental implica una muerte y un nacimiento de algo al mismo tiempo. Todo evento importante en el universo pareciera trágico, falta ver y presenciar cómo mueren o se crean las estrellas, son eventos que implican colisión de partículas y enfrentamiento de fuerzas. Las transformaciones por eso requieren del dolor para completarse, no es fácil, pero ese dolor es necesario para podernos convertir, para sensibilizarnos y para que la conciencia y la compasión existan. Tal vez por eso nosotros necesitamos de más tiempo aquí, somos más lentos aprendiendo y entendiendo.

Al final sólo la gratificación nos salva, sentirnos agradecidos y privilegiados de presenciar tan de cerca acontecimientos tan maravillosos y sublimes como el paso de un ser divino por el mundo son de esos obsequios invaluables.

Gracias Magdalena por este hermoso regalo, has tocado muchas almas profundamente, sembraste esperanza y buena fé en nuestros corazones y tú transformación es el nacimiento de nuevas conciencias que sólo pueden verse ínfimas ante la presencia de Dios.

Roberto, todos los que te conocemos estamos contigo y toda tu familia en este momento difícil, acompañándoles emocional y espiritualmente. Mucha paz.

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